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El 26 de diciembre de 2004, un terremoto de 9.1 grados en la escala de Richter provocó el mayor tsunami de la Historia. Las costas de los países que se encuentran en el Oceáno Índico fueron arrasadas por olas de hasta 10 metros. Algunas islas, literalmente, se movieron de sitio en el mapa. En las pantallas de televisión el mundo contempló, aterrado, como el mar devoraba la tierra. No hubo alerta de ningún tipo, el Tsunami sorprendió a las personas, en el mar, en las playas o en los hoteles. Solo los animales que estaban en los poblados y complejos hoteleros desaparecieron. Subieron a las partes más elevadas de las islas montañosas. Desgraciadamente, nadie comprendió su extraña conducta. Las olas lo arrasaron todo. Dieron vuelta a los barcos sobre la costa, pasaron por encima de las playas e inundaron y destrozaron los complejos hoteleros. La potencia de las olas fue tal que se adentraron en las ciudades de las islas y se llevaron todo lo que encontraron a su paso. En pocos minutos, la zona quedó devastada. El fenómeno fue particularmente destructivo en Tailandia e Indonesia, pero se sintió en una docena de países más. Llegó incluso, hasta las costas de África, una distancia de casi 8000 kilómetros. "El tsunami marcó un antes y un después en lo que se refiere a la ayuda humanitaria. Se vio claramente que cuando los fondos llegan a tiempo y en cantidad suficiente se pueden salvar más vidas y restituir la dignidad a las personas afectadas para que puedan reconstruir sus vidas", afirma Bárbara Mineo, directora humanitaria de Oxfam Intermón. La comunidad internacional recaudó 13500 millones de dólares. De éstos, la cantidad de fondos donados alcanzó los 5500 millones de dólares, según datos de la Coalición de evaluación del Tsunami. Es, todavía, la emergencia que más fondos ha recaudado en la historia. El gobierno de Indonesia otorgó cinco reconocimientos por la ayuda internacional que recibió en esos momentos y el primero fue para México, que organizó la operación Fraternidad Internacional, mediante la cual la Semar envió a los buques Usumacinta, Papaloapan y Zapoteco de la Armada de México, con mil 480 toneladas de ayuda humanitaria. Entre los productos enviados había víveres, ropa, calzado, medicamentos, equipo de curación, instrumental médico, postes para la conducción de energía eléctrica, carretes de cable de alta tensión y 50 plantas potabilizadoras de agua. De igual forma, se enviaron vehículos y helicópteros para distribuir la ayuda, desalojar a los heridos y tender redes eléctricas, así como para ayudar a las labores de rescate y limpieza de escombros. En los buques se atendió a la población afectada con servicios de especialidades como cardiología, pediatría, cirugía y odontología entre otras. Entre las consecuencias de esta catástrofe, se encuentran los numerosos daños medioambientales producidos por el desastre. Cabe destacar el envenenamiento de los acuíferos de agua dulce debido a la infiltración del agua del mar y el depósito de una capa de sal en las tierras de cultivo inundadas, lo cual las hizó inviables para la siembra. Y también es importante destacar la propagación de desechos sólidos, líquidos y productos químicos industriales, así como la contaminación del agua debido a la destrucción del sistema de alcantarillado y las plantas de tratamiento de aguas residuales, los cuales amenazan tanto a la salud humana como a los distintos ecosistemas, algunos de los cuales, tardarán décadas en recuperarse. Yo tenía en aquel entonces 10 años y dado que en casa me prohibían las películas de terror, las cintas como “El día después de mañana”, estrenada el 17 de mayo de ese mismo año, acaparaban toda mi atención. Era también fanática de cualquier documental que tuviera que ver con desastres ecológicos, desde tormentas solares, hasta epidemias y claro está, terremotos y crisis ambientales, por eso esta noticia logró captar mi atención. Mis papás no acostumbraban estar al pendiente de los eventos de actualidad, pues consideraban que nunca se hablaba de nada positivo, pero dada la magnitud de la tragedia, fue imposible que no me enterara, sobre todo porque mi escuela se volvió centro de acopio y nos hicieron llevar víveres para los damnificados. Esa impresión fue tan marcada que, a pesar de todas las noticias que escuché posteriormente sobre fraudes cometidos aprovechando las crisis humanitarias, prevalece en mi imaginario la idea de que la solidaridad es algo que nos define dentro y fuera de nuestro país como mexicanos. Quedé tan sorprendida con la actuación de la marina, que mi madre me sugirió intentar ingresar cuando en el 2008 se permitió el ingreso por primera vez a las mujeres a la Heroica Escuela Naval Militar y, años después, al terminar la preparatoria, acudiría a Veracruz a realizar los exámenes sin éxito. De igual manera se consolidó mi fascinación por todo lo referente a planes de evacuación, medidas de seguridad, planeación ante siniestros y medidas ambientales como la ISO 14000, intereses que me llevaron a elegir estudiar Ingeniería industrial… y de igual manera, generaron en mí la contradicción de no poder ser fría y centrarme únicamente en las cifras, si no tener demasiado presente las historias particulares, situación que me llevaría a futuros dilemas existenciales, pero eso, ya es otra historia.